El…
poeta de otoños,
coleccionista de ocasos,
Otrora lumbrera del firmamento,
ahora espectro sepulcral
cual sombra errabunda
entre gélidas lápidas
Cavilaciones, temores, dudas
danzan a su alrededor
Y los susurros de mil demonios
tejen un manto fúnebre, abismal
de negrura que devora la luz
Los pies…
Cortados, ensangrentados
de tanto caminar en el filo de la navaja
a cuyos lados se extiende el insondable abismo
Más de una vez pensó en dejarse caer
cansado ya de tanto caminar,
de las espinas clavadas en su corazón
y de los recuerdos de esos días de hierro y sangre
Un velo de emponzoñadas tinieblas
nubla su vista
En el anfiteatro de su alma
resuenan los acordes
de la sinfonía de la desesperanza
No quiso escuchar al ángel
que le contó sobre los peligros
del estrecho sendero...
No creyó, orgulloso,
jamás perder la luz de Urantia
Frente enhiesta, oídos sordos
Vanos los clamores de los cielos
En su boca solo el sabor de la hiel
y abiertas las heridas en su fría piel
Él…
poeta de otoños,
coleccionista de ocasos
Camina con paso tembloroso
hacia aquel páramo
donde suele aparecer
el ángel de la tristeza
Para rogarle que con sus alas lo cubra
y perecer… en absoluto silencio
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